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Cumpleanios feliz?

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YolandaChapa's avatar
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Miró el calendario, luego al teléfono.
Llamó a Lee.
-¿Qué quieres?
-¿Estás libre esta noche?
-¿Por qué? ¿Me vas a invitar a salir? –replicó el otro en un tono sugerente.
-¿Lo estás o no?
-No. ¿Por qué, pasa hoy algo importante?
-… No. Nos vemos mañana.
-Adiós.
Cuando colgó, pensó en Maquech. ¡Cómo no se le ocurrió antes!
-¿Bueno?
-¿Dónde estás? Te he estado esperando.
-En el Tec.
-¿A las ocho de la noche?
-Hay un espectáculo de luces.
-¿Quieres que pase por ti?
-No, gracias. Es que… -titubeó.- Estoy con unos amigos.
-No tienes amigos. –no era un insulto, sino el único argumento que se le ocurrió.
-Bueno… con alguien. Estoy con alguien.
-¿Una chica? –preguntó, entre incrédulo y sorprendido.
-¡Que tú no salgas no significa que seguiré tus pasos!
-Pero… ¿es una chica?
-Sí, Diómedes… Te la presentaré luego, ¿sí? Le prometí llevarla a comer y estábamos viendo lugares cerca de aquí…
Diómedes cerró los ojos. No quería usar esa carta porque no lo había hecho en más de treinta años, pero era lo que le quedaba.
-¿Sabes qué día es hoy?
-Sí. –dijo su hermano con el mismo tono triste.- Un momento… Diómedes, ¿querías hacer algo?
-…
-¡Diómedes, perdóname! Es que… Es que nunca quieres hacer nada, y odias cuando te regalo algo.
-Lo sé. Está bien.
-No, no está bien. Escucha, esto se acabará pronto. Dejaré a mi amiga y…
-Le prometiste llevarla a cenar. Hazlo, ya arreglaremos algo mañana.
-Pero…
-Ya te dije que lo olvides.
-¿El maestro Lee al menos puede acompañarte?
-No. –Hubiera querido mentirle, pero entre su hermano y él no había secretos, ni siquiera los piadosos.- Tranquilo, tengo a alguien más en mi lista.
-¿En serio?, ¿a quién?
-No te incumbe. Te veré más tarde…
-¿Es con la que no tuviste una cita la otra ve…?
Diómedes le colgó y marcó otro teléfono.



Horas más tarde, Diómedes leía el menú, tratando de ignorar el precio de las comidas, el hecho que había pedido una mesa para cuatro cuando probablemente cenaría solo, y la sensación cada vez mayor de que lo que estaba haciendo era una reverenda idiotez.
-Perdona la tardanza, debí hacer una parada…
Alzó la vista: Madeline le sonreía desde la otra silla.
-… ¿Qué sucede?
-No… no creí que fuera a venir. –miró más allá de ella.- ¿Su esposo está afuera?
-Soy sólo yo. –ante su expresión intrigada, se explicó:- No le agrada la idea, pero Verrat confía en ambos, y sabe que usted es un caballero. Debió rechazar su invitación, pero prometió hacer algo para regalarle.
Diómedes arqueó una ceja. Lo que Madeline decía no tenía sentido. Si él estuviera en el lugar de su esposo no querría que ella fuese a cenar sola con un hombre desconocido para él. ¿Cómo podía dejarla?, ¿cómo podía confiar en él?
Madeline debió adivinar sus pensamientos, porque desvió la mirada.
-No sé si sea correcto contártelo, sobre todo porque tú no has dicho nada, pero me confesó que hace años que te conoce, y que le parecía que encontrarías su compañía… desagradable.
Bueno, tal vez tenía razón en parte, pero eso no explicaba nada.
-No recuerdo haber tenido el placer…
-Dijo que te veía continuamente en Alemania.
-Oh… -hizo una mueca.- Sí, ya lo recuerdo… Éramos niños, apuesto que hemos cambiado mucho a lo largo de estos años. Pero no me desagradaba.
-Bueno, me imagino que no tenía en mejor de los comportamientos.
Diómedes torció el gesto. Había olvidado cómo Madeline y su ahora esposo se habían conocido.
-No era un mal chico. Sólo… había tomado algunas malas decisiones.
-Y tenía miedo. Siempre me subraya eso.
-De no tenerlo estaría loco.
-Tú no lo tenías. Verrat me dijo que eras el único que nunca se sometía, que se mantenía firme en sus convicciones. Te respeta por eso.
Eso último lo tomó por sorpresa. ¿Él, respetado por el hombre al que por varios meses agradeció y odió en la universidad?
-Tenía en alguien en quien pensar… Él fue más valiente. Créeme, es muy difícil salir del agujero una vez que uno empieza. Él fue de los pocos que lo logró. Yo no tuve que pasar lo que él.
Madeline le sonrió cálidamente ante el comentario.
-Buenas noches, ¿se les ofrece al… ah…?
Ambos se dieron la vuelta: una joven de cabello cobrizo los observaba con una pequeña libreta en mano, una pluma en la otra y la boca abierta.
No tardó un segundo en recordar su nombre.
Gema… ¿Qué hace aquí?
-… ¿Se les ofrece algo de beber?
Era la mesera. ¿Por qué era la mesera? ¿Por qué ella, en esa noche, entre todas sus noches…?
-Una sangría, por favor. –le dijo Madeline con una sonrisa cortés antes de volverse al menú.
La joven se volvió a él.
-¿Señor?
-Va… -tomó aire.- Vino, por favor.
En vez de preguntar de qué clase o año, ella dijo que sí con la cabeza y se retiró a zancadas de la mesa.
Madeline siguió viendo el menú, y él le agradeció que no le mirara, porque apostaba que se veía confundido.
-¿Una estudiante?
-… Sí. Algo así.
El silencio que le siguió no le gustó. Estaba habituado a llenarse de él y compartirlo con Madeline, pero la situación lo sobrepasaba: Por primera vez quería festejar su cumpleaños, ni su hermano ni su único amigo podían acompañarlo y ahora tenía sentimientos encontrados hacia el esposo de la mujer por la que irremediablemente apreciaba. Y una estudiante lo veía hablando con esa mujer. Lo veía expuesto, en su lado humano, no serio, no profesional.
Ese día no podía empeorar.
Gema ya venía a la mesa.
-Iré al tocador. –dijo Madeline de repente, y se puso en pie.
-No es necesario… -empezó a decir, pero ella le sonrió.
-Claro que sí. No te sentirás cómodo hasta que hagas algo, y yo estorbaría. Puedes adelantarte y pedir algo si tardo mucho.
Tan pronto se fue, Gema llegó con dos copas y una botella de vino. Una ya tenía sangría, y la dejó ceremoniosamente en la mesa. La otra estaba vacía. Sin mirarlo, la puso frente a él y comenzó a descorchar la botella.
Diómedes se forzó a mirarla a los ojos.
-¿Trabaja aquí?
-Estoy descorchando su vino, ¿no?
La respuesta le hizo sentir estúpido, pero también se molestó.
-No es necesaria la rudeza.
Gema se mordió los labios, avergonzada.
-… Lo lamento. No esperaba encontrarme a nadie aquí. –Al fin, pudo descorcharla. Comenzó a servir el vino.- Si no le molesta, quisiera que esto no se hiciera público. No me avergüenzo por mi trabajo, pero ya conoce a los estudiantes.
-Comprendo.
Gema terminó de servir.
-¿Le dejo la botella?
-No creo quedarme mucho, así que no, gracias.
-Si es por mí puedo pedir que me remplacen.
-No es por eso… ¿Le llegó la lista?
-¿La de libros? Sí. Ya había leído algunos, pero otros me sorprendieron. Mañana me compraré el de la organización financiera y el de cómo influenciar en las personas… -Gema comenzaba a alzar la voz de la emoción, pero recordó en dónde estaba y se calló.- Disculpe, pero no creo correcto que hable con usted de eso ahora.
-Tiene razón. Bueno… Probaré la pasta de cuatro quesos.
-¿No espera a su cita?
-Está en el tocador y me pidió adelantarme. Y no es mi cita.
A Gema se le escapó una sonrisa: No le creía.
-Pasta de cuatro quesos será. -dijo, antes de anotarlo.
-También agradecería que no dijera nada de esto. Ya conoce a Lee.
-Por supuesto. ¿Su cita estuvo bebiendo?
-No, y no es mi cita. ¿Por qué?
Ella señaló hacia los baños: Madeline estaba recargada contra la pared y la sujetaba como si la vida le fuera en ello. Temblaba violentamente.
Diómedes se puso en pie y corrió hacia ella, asustado.
-¿Qué sucede?
-No es nada, es sólo… Ya sabes… -tenía cerrados los ojos y el ceño fruncido.- Normalmente cerrar los ojos me ayuda, pero ahora me duele la cabeza.
-¿Quieres que llame a alguien? ¿A un doctor?
-Ya te dije que estoy bien, tranquilo. –por costumbre abrió los ojos para confirmárselo, pero al hacerlo hizo una mueca de dolor y se apretó más contra la pared. Volvió a cerrar los ojos.- Regresa a la mesa, llegaré ahí en un minuto.
Madeline, en la oscuridad, escuchó cómo su amigo se retiraba, y se sintió entre aliviada por eso y avergonzada por el espectáculo por el que lo hacía pasar.
En ese momento, escuchó que alguien venía y colocaba algo a su lado.
-Siéntate. –Diómedes la tomó de la mano y la guió a la silla que había traído. Ella lo obedeció, azorada.- ¿Quieres la sangría?
Ella se rió ante la pregunta. Unas pequeñas lagrimitas quisieron salir de sus ojos, pero las contuvo.
-Si insistes.
La bebida la relajó un tanto y redujo su dolor de cabeza. Finalmente, abrió los ojos: La crisis había pasado.
-Creo que… deberé irme a casa. Lo siento.
-No puedes conducir en ese estado…
Madeline lo ignoró diciendo alguna excusa. Las piernas le temblaban, pero lo disimuló mientras se ponía de pie y caminaba lentamente hacia la salida.
Gema, al igual que muchos presentes, observaban la escena sin comprender: Ella retirándose como si nada, él observándola partir sin saber qué hacer.
Al fin, Diómedes pareció reaccionar: Fue con Gema y le dio tres de los billetes más grandes que tenía sin mirar la cantidad.
-Quédese con el cambio. Si falta, le daré el doble del resto el lunes. Con permiso…
Tan pronto se fue, Gema suspiró.
Para no ser su cita es muy generoso con la propina…



Diómedes la encontró dentro de un coche viejo pero bien cuidado, maquillándose con mano experta alrededor de los ojos y la nariz, que habían enrojecido.
No quiere que yo… No, no quiera que nadie sepa que ha llorado.
Ladeando la cabeza, llegó hasta su puerta.
-¡Diómedes! –exclamó ella, sorprendida.- ¡Me asustaste!
Parecía, en efecto, que estaba bien, pero alcanzó a ver las lágrimas en las comisuras de sus ojos.
-¿Puedo entrar?
-Pues… Verrat me espera en casa, será mejor que…
-Por favor.
Por primera vez, la vio desvanecer su sonrisa para dar paso a la inseguridad.
-… Sí, claro, adelante.
Una vez en el asiento de copiloto, Diómedes notó que el maquillaje que estaba usando había desaparecido.
Eres experta en ocultar tus sentimientos…
Como él.
Así que decidió usar la táctica con la que él mismo hubiera caído: El silencio. La dejaría hablar primero, y esperaría a que se abriera poco a poco, sin preguntar, sin mirarla compasivamente.
Después de unos largos minutos, ella suspiró.
-No son muy frecuentes… Había tenido uno en la mañana, así que pensé: “Estaré bien, claro que puedo salir”… No te merecías esto. Diómedes, en verdad lo siento. Arruiné tu noche…
-No lo hiciste.
-Por favor, ni siquiera habías ordenado… Te avergoncé frente a tantas personas, incluso frente a una de tus estudiantes, y no te permití tener una noche tranquila… Y ahora estás aquí, preocupándote…
-No estoy preocupado por ti, sé que puedes cuidarte sola.
Eso la tomó por sorpresa.
-¿Eso crees?
-Desde siempre… Pero quisiera comprender.
-¿Hablas de la enfermedad?
-Sí.
Ella entonces se sumió en reflexiones.
-…Está bien… ¿Sabes qué es la micropsia?
-¿El síndrome de Alicia en el País de las Maravillas?
-Ah, sí lo conoces. –dijo con una sonrisa forzada.- Empezó poco después de que me casara. Mi padre me había confesado que él también la había tenido, pero que se iba después de unos meses, cuando mucho. –su mirada se ensombreció.- Han pasado casi veinte años de eso. Nadie sabe por qué lo tengo. No tengo tumores, ni migrañas continuas, estoy sana en todo lo demás. Dicen que no hay cura, que se va de la misma forma en la que llega, pero… Cada vez más seguido, mi percepción cambia. Los platos se hacen enormes, el refrigerador pequeño. En el restaurante… -le recorrió un escalofrío.- Sucedió algo distinto. Cada choque de cubiertos, cada voz, cada paso me martilleaba en los oídos… Sé que todo está en mi mente y que no puede afectarme en otros sentidos, pero… tengo miedo. Tengo miedo de asustar a mi hija y a Verrat, tengo miedo de conducir y encontrar las distancias más largas de lo que son y estrellarme… Temo ser una carga.
Parecía que las lágrimas saldrían de nuevo, pero las contuvo. Acababa de confesar sus miedos en voz alta por primera vez en su vida.
-¿Sabes? –continuó, sonriendo.- Yo quería ser enfermera, incluso estuve en el Universitario… Y luego pensé, ¿qué pasaría si esto continúa y soy un peligro para mis pacientes? Así que me incliné por ser maestra, porque amo a los niños… pero, ¿si al tener un ataque los desatendía y algo pasaba? Ahora no tengo título y soy ama de casa. Y no me malinterpretes, me encanta hacerlo pero… ¿qué haré si esto empeora? ¿Restringirme a una silla y esperar mi muerte? No puedo hacer eso. Tengo que seguir adelante, tengo que hablar con Lani de chicos, cocinar para mi familia, ayudar a mi padre cuando envejezca, ayudar a Verrat con la casa… Estoy demasiado ocupada y quiero hacer muchas cosas como para volverme una inválida mental.
Eso último lo dijo con una sonrisa, como si no fuera serio, pero era tanto su miedo dentro de esas palabras, que dos solitarias lágrimas escaparon del fuerte de sus ojos. Cuando se dio cuenta, se apresuró a quitárselas.
-Lo siento, no deberías verme haciendo este espectáculo. Deberías festejar tu cumpleaños, cerca de tu familia y amigos.
-Eso estoy haciendo.
-¿Escuchando los desvaríos de una loca?
Diómedes desvió la mirada. Nadie, ni siquiera su hermano, sabía lo que estaba a punto de decir. Confiaba en Madeline y lo merecía después de haberle confesado algo tan grande, pero eso no lo hacía más fácil.
-Mis padres murieron en un accidente, cuando Maquech todavía no aprendía a caminar. Mi madre tenía treinta y ocho, mi padre cuarenta y cinco… Hoy cumplo treinta y ocho.
Madedline se mantuvo en silencio. Sabía su edad porque recordaba su tarjeta de las citas rápidas, pero su rostro se había detenido en algún punto de los treintas.
-Siempre lo he sabido, pero hoy redescubrí que es una suerte que siga vivo. Pude terminar como mis padres, pude ser atacado cuando la inseguridad en Monterrey aumentó, pude morir en ese accidente con los estudiantes del Tec hace unos años… No tengo nada asegurado, excepto una cosa: Lo que siento por las personas más cercanas. Es un círculo muy reducido conformado por tres personas, en ocasiones cuatro, pero sé que las he escogido bien. Y, sólo para confirmarlo… quería reunirme con ellos en este día. Y lo conseguí.
Madeline le sonrió en forma de agradecimiento, consciente de que era una de esas personas.
-Pero, ¿cómo estás festejando tu cumpleaños cerca de ellos, si estás aquí?
-A su manera, ellos me demostraron su amistad hoy. Lee siendo él mismo frente a mí, Maquech diciéndome que dejaría a su cita por acompañarme, tú estando aquí y teniendo la confianza de revelarme un secreto. No es el mejor cumpleaños, pero son recuerdos que atesoraré por siempre.



Eran casi las doce cuando Diómedes vio el edificio familiar de su apartamento. Sonreía, satisfecho por cómo había acabado la velada, por las luces apagadas, por el silencio.
Ahora sólo me queda dormir y esperar a que esta crisis termine. Cuando despierte, dejaré de ser un nostálgico sentimental…
Tan pronto abrió la puerta, las luces se encendieron y recibió una ovación.
-¡Felicidades! –decían la mayoría.
Diómedes tardó en comprender lo que sucedía.
¿Esto es…? ¿Es una fiesta sorpresa?
Uno a uno, los presentes se le acercaron, le dieron palmadas en la espalda y le daban obsequios.
Estaba a punto de huir de la marea humana, cuando una fuerte y delgada mano lo tomó del hombro y se lo llevó aparte.
-Me hubieras dicho antes y te habría organizado un secuestro para ir a un club de strippers…
-¿Supiste lo de la fiesta todo este tiempo?
-No, sólo desde ayer. Tu hermano había olvidado avisarme. ¿Me tiene miedo, o ya sabe lo que tenía planeado hacer contigo?…
-¿Dónde está Maquech?
-¡Aquí!
Su hermano le dio un fuerte abrazo  y unas palmadas en la espalda apenas lo alcanzó.
-Me alegra que llegaras con bien. Es muy noche, ¿sabes?
Diómedes reprimió una sonrisa: Había confirmado lo que le había dicho a Madeline hacía poco.
-Maquech, sabes que no me gustan las fiestas sorpresa…
El chico se puso nervioso.
-Lo sé, pero… él insistió.
-¿De quién…?
-¡Diómedes, hola! ¡Cuánto tiempo sin verte!
La voz era tan sonora, que se escuchó por todo el piso y silenció algunas de las conversaciones,
El corazón de Diómedes latió con fuerza antes de volverse.
-¿Maestro?

Introduciendo a otro personaje de Lani :D              

 

EDIT: Por ahora Dio tiene treinta y ocho, pero como estoy segura que me toparé con más problemas en la línea de tiempo, su edad puede variar.

© 2013 - 2024 YolandaChapa
Comments4
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NoraCayetano's avatar
Ay, la fiesta está muy tierna 9w9 Ya quiero ver cómo manejas la situación del personaje...

Y aunque la escena con Gema se me hizo algo brusca (y no la juzgo), hay dos cosas que me están picando un poquito:
1.- ¿Fue Lee quién propuso lo del secuestro al club striptesse? :P Me suena que sí, pero no me quedó seguro.
2.- ¡Qué viejo me salió Diómedes! :XD: Yo siempre he considerado que Lee y él son de la misma edad, por todo esto de haber estudiado juntos y demás, pero mi nene, estoy segura, no tiene 47 :B


No obstante, no puedo evitarme enamorarme más y más de la manera en que utilizas a mi bebé :iconiloveyouplz: La forma en que describes cómo habla con Dió cuando éste lo llama no tiene precio~